Por Licenciada Andrea S. Giannella Neitzke
Para iniciar nuestro análisis, comencemos por considerar que dicha capacidad se desarrolla desde la temprana infancia bajo condiciones que para el común de las personas revisten cierto grado de obviedad y naturalidad, pero veremos más adelante que en este diario vivir, acelerado y furtivo, fácilmente las descuidamos. Los seres humanos debemos contar idealmente con un contexto “seguro y confiable” donde desarrollarnos, con progenitores con suficiente nivel de autoconfianza y estructuración, donde aprender, donde equivocarse y por sobre todo sentir que disponemos de “miradas atentas y espacios de apertura” donde expresarnos (y manifestarnos sin prisa y sin pausa) nos ayudará a enfrentar nuestros primeros temores. ¡Esta posibilidad además facilita que el apego y el vínculo se fortalezcan en el tiempo…invaluables aportes!Veremos que el tiempo pasara, que seguiremos siempre preocupados y atentos a nuestros hijos, pero con la maravillosa vivencia de verlos enfrentar nuevas instancias y disfrutando de aprender… de transitar nuevas aventuras e ilusiones diarias…pese a la sensación de stress que los inunda, propia de todo inicio al enfrentarse a algo nuevo… ¿Qué sucedería si nuestro hijo tuviese que darse una inyección dolorosa que es de vital relevancia para su salud? lo más probable es que tendamos a evitar pasar por ese momento… obviamente el temor, el dolor hará que el niño llore en algunos casos, sabiendo que la misma será dolorosa, pero. ¿Sucumbiremos a su temor o lo contendremos e impulsaremos a enfrentar ese pánico? sin duda la segunda opción lo fortalecerá…en varios sentidos…este es el comportamiento a partir del cual tallaremos su futura resiliencia. Empatizar, contener e impulsar con cariño sistemáticamente, esa es la clave. Recordemos que la comunicación es un aditamento fundamental en esta etapa, voluntariamente o involuntariamente transmitimos seguridad y protección, comunicaremos “tu puedes y yo estaré aquí para acompañarte”.Lo que sí es indudable que estamos a cargo y somos una poderosa influencia en nuestros hijos, además de responsables de generar contextos equilibrados para su desarrollo. Pero… ¿cómo lograr ser progenitores casi perfectos? ¿cómo lograr equilibrar nuestra necesidad de trabajar, de mantener nuestro hogar, de sobrellevar todas las actividades diarias y contar con la lucidez para enfrentar las innumerables situaciones que requerirán de una atención clara y específica a nuestros hijos? La buena noticia es que no necesitaremos tanto tiempo, sino capacidad diagnóstica y mayor agudeza en nuestras observaciones.
«Ralentizar,» es un verbo que en la cultura occidental pareciera negativo, pero es gracias a esta acción que podemos desarrollar la capacidad de observarnos, de conectarnos con nuestras emociones y sentimientos…de generar un ambiente fértil para el desarrollo del autoconocimiento.
Es gracias a ella que podemos templar nuestra capacidad de evolucionar, de asumir nuevos desafíos y por ende vivir más felices y sanos. Es la capacidad de “pausar” y darnos el espacio para ubicarnos en nuestro entorno percibiendo nuestras emociones profundas y de quienes nos rodean.
La cena familiar de cada día, el aroma de las tostadas, los buenos días de nuestros padres, los apurones de la mañana, el llegar al hogar y gozar de sentirnos en casa confortables, el intercambiar experiencias, rutinas y por sobre todo reflexionar acerca de los conflictos y sus posibles soluciones en un ambiente seguro, no solo facilita el desarrollo de vínculos más profundos, sino por sobre todo y desde la temprana infancia el apego.
El apego nos permite transitar la aventura de descubrir, de aprender y potenciarse, pese a una experiencia displacentera, la cual además nos hará más resilientes.
En 300 ejecutivos entre 35 y 50 años observamos que su «Capacidad de Resiliencia», además de otros comportamientos detectados observando su inteligencia emocional, se ha incrementado significativamente al adoptar rutinas de «ralentización» a los efectos de mejorar su calidad de vida y su efectividad personal. Al «ralentizar» han podido observarse, detectar nuevas capacidades, nuevas fortalezas, reflexionar y sobre todo enfrentarse a situaciones adversas con hidalguía y más aún incrementar la posibilidad de desarrollar contextos de aprendizaje armoniosos y estimulantes para sus colaboradores e hijos.
Algunas sugerencias simples, pero poderosas:
- 1. Genérate pausas de observación, contempla con calma tu entorno diario
- 2. Disfruta de espacios de silencio
- 3. Lee sin límite de tiempo algo que te atraiga o apasione
- 4. Realiza al menos una comida de manera pausada
- 5. Conéctate con una conversación que te resulte placentera
Recordemos que «Tenemos más de 200 billones de conexiones neuronales, cada vez que aprendemos algo nuevo, que incorporamos una nueva rutina, “cambiamos nuestro cerebro”, modificamos nuestro patrón de conexiones y abrimos una nueva ventana a nuestra calidad de vida.
Intentemos pensar diferente, cambiar nuestros puntos de vista, “fertilizar” nuestro ambiente laboral y familiar generando contextos desafiantes de aprendizaje, tomando como motor de cambio la “ralentización” y la dedicación exhaustiva y aguda a generar espacios comunes de convivencia armónicos y diversos.